lunes, 29 de noviembre de 2010

Extracto de una nota tomada desde el texto "Baudelaire, el auditor, el lector", en SINESTESIAS (ensayo sobre las Correspondencias en Charles Baudelaire).
Nota sobre Freud y su escena de traducción: La analogía lingüística “traductor = traidor” puede constituir ya una especie de indicativo preliminar sobre la propia tarea analítica; preguntarse, entonces, por aquello que está en juego en la Aufgabe psicoanalítica ha de responderse parcialmente señalando que el objeto de traducción no radica en la interrogación de la letra impresa, sino en el querer – decir de toda ella, su deseo. La traducción entendida por Freud parece oscilar entre dos alternativas; por un lado, reconocer aquello que merece una traducción como tal – que, en el lenguaje analista se denominaría como transferencia – y, por otro, la decodificación de esa región deseante, de ese campo de energías internas como lo es la pulsión. Si bien el chiste cabe interpretarse bajo la modalidad relacional entre dos representaciones de distinto código, y que determinaría la efectividad o no del chiste (“cuando, mediante una palabra de doble sentido o escasamente modificada, nos hemos trasladado, por un brevísimo camino, de un círculo de representaciones a otro, pero sin que entre ambos aparezca simultáneamente una significativa conexión, habremos hecho un mal chiste… En cambio, surge un buen chiste cuando queda realizada la esperanza infantil de que a la analogía de las palabras corresponda real y simultáneamente una esencial analogía del sentido. Así, en el ejemplo Traduttore – tradittore, etc., Op. Cit. P.219), esa esperanza de traducción parece “resistirse” cuando se trata del sueño. El acto traductivo para el analista, que no se pregunta por aquello que se comunica, verbal o escrito, sino a cuál deseo o fuerza pulsional se haya remitido el discurso, puede convertirse en un traidor desde el instante en que éste opere pensando que el aparato psíquico es un texto inmóvil, archivado al cual bastaría trasladarlo a la región significativa del conciente (cfr. Derrida, J: Freud y la escena de la escritura. Op. Cit. P. 18). Y, más arriesgado aún: todo contenido manifiesto del sueño no es sino un texto ya trastocado por el conciente que busca reprimir (condensar, desplazar o simbolizar) esas ideas latentes que chocan con la gobernación de la conciencia. Puede decirse ya que la mecánica represiva – y que, no obstante, verbaliza lingüísticamente ese campo energético del deseo – realiza traducción sólo en el caso de dar cuenta del mecanismo onírico y encontrar un medio por el cual desviar la elaboración psíquica. Según Freud, no habría propiamente traducción, sino transferencia (Übertragung) entre dos códigos distintos: “El contenido manifiesto se nos aparece como una transferencia de las ideas latentes a una distinta forma expresiva, cuyos signos y reglas de construcción hemos de aprender por la comparación del original con la traducción. Las ideas latentes nos resultan perfectamente comprensibles en cuanto las descubrimos. En cambio, el contenido manifiesto nos es dado como en una escritura figurativa (Bilderschrift), para cuya solución habremos de transferir cada uno de los signos al lenguaje de las ideas latentes.” (Freud, S: Interpretación de los sueños. Op. Cit. P. 119).
Si el chiste y la experiencia onírica advierten respecto a la posibilidad y dificultades implícitas en un acto de traducción, no del lenguaje sino de aquello que hace lenguaje (la satisfacción del deseo), habría que agregar aquí un tercer camino adoptado por Freud; nos referimos al análisis de la experiencia traumática, lugar donde se relacionan económicamente las dos pulsiones, del placer y de muerte. Desde esta prespectiva se centra el interés lacaniano por el cuento de Poe, el seminario que busca ajustar cuentas no con la ficción literaria o, mejor expresado: en virtud de la literatura ha de encontrar el elemento que articulará la traducción analítica como cadena significante (dicho de otro modo; el Ello es íntimamente lingüístico). En el contexto freudiano del Más allá del principio del placer (1920), descubre el “automatismo de repetición” (Wiederholungzwang); trátase del juego identificatorio del niño que, arrojando y reapropiando un carrete con hilo, transfiere en el juego la pérdida y retorno (sublimado) de su ser querido ausente: Fort – Da. La esperanza última del analista radica en adjudicar a la carta y su traductor operación similar; si la escena primitiva no es otra que el lanzamiento del carrete, lo es para mejor retornarlo a la escena transferencial, al porte de su sentido. Pero, en el caso de la traducción baudeleriana a esta léttre de Poe, se trataría de advertir su conditio de traidor, del timador literario que hurta la letra ya desde su título impreso.
El cónclave esférico.
(primera versión, noviembre del 2010. Cantos I y II)

I.

A merced de una brisa tenue
navegan los ríos comunicantes
arrastran, a su paso, los
vestigios – remotos.
Bajo una lógica
de los elementos
Presente
desde un punto a otro,
abrigando la Esperanza
que el Infinito así curvado sea;
cual cuencas oculares
emanando el flujo lúbrico de las lágrimas.

Nosotros, ríos comunicantes
girando sobre sí mismos.

II.

Níveo plano viajante
a cuya mente sirves de soporte
sólo te das por satisfecho
hasta que nos instalas tu verdad:
no hay más profundidad
que lo blanco de tu espacio
y sólo el tiempo de una vida
basta
para trazar un círculo.