lunes, 12 de abril de 2010


EXTRACTO DE "BOCETO PARA UNA ZOOLOGÍA PERRUNA"
(Imagen: Juan Luis Martínez).
Bastaría una experiencia inmediata para confutar una proposición lógica cuando opera sobre el espacio de un zoológico: desterradas de su hábitat natural, las especies son puestas en cautiverio, obligadas a permanecer en determinados lugares – en apariencia, provistos de una re-presentación análoga a su origen (como sabana para el león, como pantano para el cocodrilo, etc.) Así también los conceptos mentales, presos en la performática cerrada de sus sistemas. La proposición estética realiza otra operación en lo zoológico: se trata de liberar, romper el cautiverio de la idea por medio de la inmersión diferencial y sensible de todos sus códigos existentes:

lenguaje = logos (L/L)

Así, un perro no es símbolo del dolor, sino las condiciones dolorosas de cada perro son las que se multiplican y se encarnan en éste, en el perro y en quienes fueron sellados con una herida, un moretón, un tajo (una mordedura de perro también es una experiencia singular, pocos instantes antes de la privación general).

En pocas líneas, le daremos logos a ese perro que ha huido de la insoportable circularidad humana.
Auto-retraso con perro.
otoño 2010
PROYECTO DE HOMENAJE INCOMPLETO.
(texto íntegro para Rodrigo Lira, 21 de noviembre 2009).

Buenas noches:

Resulta sintomático contemplar hoy, en nuestra sociedad, cierta predilección por retrotraerse de nuestro presente, buscando tal vez aquellas energías que operaron como índice ya hace 20 o 30 años. Individual o colectiva, decisiva o banal, la necesidad recuperativa establece una curiosa escena; no satisfechos en lo absoluto con lo que nos toca vivir, tratamos de apropiarnos del pasado o, mejor dicho, de aquel pasado que nos permite resistir los embates del presente. No está, en estas reflexiones que busco compartir esta noche con ustedes, la pretensión intelectual de enumerar estas necesidades, sin antes intentar dar con aquello que expresa dicha necesidad retroactiva, esto es: observarla primero como síntoma.

Para hablar de este fenómeno histórico, elegiré otro espacio, que tiene sus propias exigencias. Elijo la poesía en la más elástica de sus definiciones. Si compartimos esa reflexión lúcida que dice “en la obra de arte está en operación la verdad”, sería la poesía esa expresión nuestra que convoca un quehacer del pensamiento, que no impone verdad alguna, sino que se expone ella misma en cada momento. Pero ya a nosotros, poco o nada nos hace gracia el chiste que dice “Chile-país-de-poetas”, mientras no sepamos en qué medida la poesía chilena abre la condición de la verdad para quien llega. No pregunto acá si la poesía es necesaria, útil o tenga como misión formar educativamente a una comunidad; felizmente, la poesía de nuestro siglo xx ha despedazado todas estas intentonas que la sociedad le pedía cumplir a la expresión lírica. Así también esa anacrónica imagen del poeta, el Vate Literario inspirado por las Musas. No fue Nicanor Parra el primero que hubiese manifestado ya estas distancias (“Los poetas han bajado del Olimpo”, como ustedes recordarán) porque, según parece, el tránsito de nuestra poesía nacional significa – entre muchas cosas más – desvelar que Olimpo alguno no ha sido, ni ayer ni hoy. Decir que la poesía es obra, un hacer de la verdad, no es sino advertir que la expresión expone una tarea para el pensamiento. No se trata de grandes esperanzas, elevados proyectos o cosa alguna que se le asemeje; su labor es de una modestia infinita. La poesía nos convoca. En el espacio de una página impresa, en la calle, en el recinto cerrado donde los poetas se congregan, en la intimidad del espíritu, la poesía se nos despliega siempre, a condición de un TÚ accesible a la palabra:

Sólo Tienes Palabras
Solamente Tienes Palabras
Siempre. Trinitariamente Pergeñando
eSes, Tes y Pes
al infinito.(1)

Deliberadamente he dicho nos convoca, hoy en estos tiempos por los cuales las “convocatorias” esporádicamente se realizan. La poesía adquiere el valor de contramovimiento permanente en una sociedad que no está erigida sobre la convocación, que no manda a llamar por nada. Pero también me he dejado seducir por la palabra en la voz de un poeta nuestro. De entre los ya habidos, Rodrigo Lira convoca su poesía como convocatoria, meeting, espectáculo, máscara; un discurso histérico dijo alguna vez Enrique Lihn (2), sin omitir su razón por la cual ese discurso así se define: se trata de “dar cuenta de situaciones (personales o nacionales) coactivas.” Sí, seducción por esa palabra del poeta joven – joven e ineditable como Armando Rubio -, pero al mismo tiempo seducción por una época, un Telos que representa la antesala de nuestra insatisfacción actual. Hace falta, como ayer u hoy, cierta fuerza inicial que permita al poeta realizar esta convocatoria; Lira la denomina un “Análisis del autor”:

Así, mis negros pensamientos, con pasos airados
no han de volver al dulce amor
hasta que una venganza, dura y plena
no los engülla. (3)


No olvidemos aquí que Rodrigo – Otello desenvaina la espada – aunque sea de utilería (cartón tan lacerante como el metal). ¿Cuánto vale el Show de la poesía chilena? Cito aquí tres respuestas posibles, que nada supieron de nuestra convocatoria porque tampoco se convocaron por la poesía juvenil en dictadura. Langlois: “Hay que decir que todo es malo. Valores jóvenes no se divisa ninguno. No existen.” Carolina Geel: “(…) hay un cierto número de personas que creen algo así como que la literatura es un ámbito público al cual se entra sin más requisito que un lápiz y un papel donde se puede estampar cualquier cosa (…)”. Enrique Lafourcade: “Pirotecnias verbales, trajes, peinados, actuaciones, recitados, efectismos de calambours y asociaciones. Lengua de junglaría (…) veladas amenazadas, protestas en voz baja (…)”. Para ellos, la obra gruesa de Lira debería haberlos hecho reflexionar por sí sola. La poesía es aquí objeto calculable de la palabra, tal como un montaje informativo o publicitario que inunda la realidad de los primeros años de Pinochet. En breve, la poesía de Lira se hace simulacro, como contraveneno de la simulación triunfalista y acomodaticia de la clase burguesa; cuando Lira dice que la poesía joven “experimenta un boom asombroso, abrumador” (4), emparentándolo con el “boom” de la reactivación, relaciona poética y economía mucho más de lo que pudiera gustarle a la misma generación de poetas jóvenes. Problema mismo de una poesía que resiste a cortar su lazo social, porque surge de la carencia, la marginalidad (no es edición, sino fotocopia; no es el poema, son también las citas de la prensa, etc.). Poema callejero expuesto a los peligros cuando siente la convocatoria de ese año 1980, donde (el) Caupolicán manifiesta su oposición al huincaopresor; espacios públicos confusos, síntoma de lo que la poesía anuncia – ya no es simplemente la escritura; es la oratoria que llama a la protesta:

En tantos años se le enreda el histórico posible
en el cordón de la vereda popular.
Las antorchas fulguraban más
que los luminosos irradiando luz de gas incandescente. (5)

La poesía convoca, pero en ese mismo movimiento, manda a llamar a sus parientes lejanos y cercanos para acercarlos. Y establecer las diferencias. En una carta abierta a EL MERCURIO, Lira manifiesta la ironía de lo poético contra el señor Lafourcade, a la sazón, embajador de las letras culteranistas: “Aprovecho la presente para felicitar al Sr. La Fourcade por la creación de los neologismos junglaría (jungla + juglaría) y calambour (calembour + calambre). Juegos, experimentos… ¿qué esconderán? (6) La pregunta no sólo quiere alcanzar lo que sustrae, omite o ignora deliberadamente la prensa oficialista y conservadora – la de ayer que es la misma de la de hoy -: hemos también de arrastrar lo preguntado allí, cerca del personaje que nos convoca esta noche. Cuando pasamos por la derruida edificación del otrora Diego Portales, sede social de los convocados conspiradores de la muerte y el silencio, no habría que olvidarse la furiosa predicción que Lira enfatiza en el año 1975:

Emitiré un largo y potente alarido.
Entonces
las ventanas del edificio Diago Portales
estallarán en varios miles de pedazos. (7)

Esos fragmentos esparcidos por toda la Alameda son también las vidas que voluntariamente nos abandonaron. Tu garganta pa-la-cagá presta a lanzar su telúrico alarido, ha despertado nuestro silencio, el eco reiterado de un saber callar ante quien levanta la mano sobre sí mismo: Georg Trakl, César Pavese, Paul Celan, Alejandra Pizarnik, Silvia Plath, Armando Rubio… Rodrigo Lira. Corrijamos lo expresado por la revista La Bicicleta, allá por el año 81, tan sólo un artículo posesivo por uno definido: (Su) La muerte no debe sorprender a nadie. Pero también no sería menos cierto pensar, por un momento, que la muerte voluntaria en el poeta no implique el suicidio de su escritura – lo preanuncie o no su obra. Si la lógica nos indica que no nos pertenecemos a nosotros mismos ya desde nuestra concepción biológica (y, por lo tanto, no sería lógico posponernos en vida, puesto que no somos dueños de ella) y la moral nos prohíbe atentar contra la vida de sí mismo (incluso a la manera kantiana de que la moral siendo ley objetiva, un imperativo categórico, se autodestruiría si emitiera una acción que no sea ley universal, válida para todos), el suicida estaría por debajo y por encima de las leyes lógicas y prácticas. Pero aquí, el suicidio del poeta no es sino la evidencia del fracaso social en que estaba inserto – la sociedad castiga con la culpa del suicidio al que se aparta de ella, de sus falsas consideraciones humanitarias, diría Artaud. Su prueba es, expresamente, su obra.

En lingua chilensis, morir sin edición alguna, es decir, “sin alharaca.”

Noviembre 2009.


NOTAS
1 Rodrigo Lira: ¿Serás Talvez Perdonado?, en Revista La Bicicleta, nº 19. pp. 36.
2 Revista La Bicicleta, nº 6. pp. 25.
3 Programa Cuánto vale el Show? Canal 11 de TV.
4 Rodrigo Lira: 78: Panorámica poético santiaguina o los jóvenes tiene la palabra. Fotocopia, pp. 2.
5 R. Lira: San diego ante nosotros, en Declaración jurada. pp. 69.
6 R. Lira: carta abierta a El Mercurio, op. cit. pp. 80.
7 R. Lira: Grecia 907. Op. Cit. Pp. 48.